El resurgir de las cenizas
es una potestad divina.
El hombre por sí solo es incapaz
de liberarse de su propia muerte;
de la extinción más inminente
nuestros pasos no pueden escapar.
Y sumergirnos finalmente
en el mortal océano
es la suerte que aguarda a la
criatura.
Mas si un poder domina la existencia
y puede hacer surgir lo que no había,
también de la futura vida
debe saber algunas cosas.
El ave Fénix que tras siglos
de la llama más pura renacía
es esa fábula que muestra
que lo Divino vuelve y se renueva,
se aleja de nosotros y retorna.
La vida misma que tenemos
es fuego celestial
prendido con la luz que irradia
su gran sabiduría,
que a todo lo que existe abarca.
La luz es inmortal
si del más grande Sol,
oculto tras los soles infinitos,
viene brillando por los siglos
y eternamente crea la existencia.
La nada está excluida
por el poder divino
y el ser es la expresión
de su invencible voluntad.
No podemos hundirnos en la nada,
puesto que fuimos elegidos
para existir por siempre.
De las cenizas resurgimos
y la abyecta miseria abandonamos
para acercarnos a esa Luz más grande
que con su fuego purifica.
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