Es más veloz que el viento,
pero nadie ha podido detenerlo.
Los más bellos caballos al galope
no pueden alcanzarlo.
Se escurre entre los dedos como arena
y llena las clepsidras del recuerdo
con amargas memorias y cenizas.
También las alegrías y los éxitos
a su paso aparecen en justa
perspectiva.
Nada es como se muestra hasta que el
tiempo
lo pone ante su vista.
Es un juez implacable.
No acepta los regalos ni sobornos
del corazón humano.
Con él nosotros nos movemos
a donde nadie quiere, a donde vamos
inexorablemente, hacia las aguas
del mayor de los mares, el gran lago,
enigma portentoso donde lo haya.
De la existencia es nuestra entraña
que se estremece bajo los empujes
de un vendaval tan fiero que sin saña
todo aquello que alcanza lo destruye.
De arena los castillos en la playa
sus olas sin dolor los desmoronan.
Nos vamos y venimos
y en él nos encontramos.
La eternidad es una imagen
que nuestro tiempo es incapaz
de concebir e imaginar.
Somos sustancias en proceso
con un delante y un detrás.
Pero este tiempo así también se
agota
como la arena de la ampolla
cayendo poco a poco.
Un grano más y un grano menos
para llegar hasta el final
oscuro y portentoso.
De tiempo estamos hechos
que ve cómo las cosas se van yendo
hacia esa otra gran eternidad
que es nuestra memoria.
La montaña no cae, pues reposa
sobre su propio peso.
Por la ladera abajo el río fluye
también muy fácilmente.
El tiempo sigue la pendiente
de lo que va hacia abajo.
Para encontrar la eternidad debemos
desapegarnos del mortal afecto
a lo que es transitorio y cotidiano,
como las aves que remontan vuelo
sirviéndose del aire cual peldaño.
El alma anhela su mayor espacio
allí donde las trabas materiales
no son obstáculo.
La luz de los afectos verdaderos
irradia sobre todos los espejos
pulidos de su escoria terrenal
y en los amados rostros se refleja.
El bello corazón del compañero
con verbo compasivo y solidario
escucha nuestras cuitas y aconseja.
Todo se desmenuza como el polvo
con el que estamos hechos.
A él hemos de volver
como al crisol terreno
donde se fragua todo
y de su seno se alza nuevo.
Mas nuestras almas desprendidas
contemplarán la edad de los
mortales,
se admirarán con sus afanes viejos
que no cesan de dar materia al fuego
y se preguntarán por qué los
hombres
no han aprendido aún a ser cabales.
Del tiempo es el proceso
en que reposa todo aprendizaje.
Nadie desea ser tan joven
para volver al vientre de su madre
y allí permanecer a salvo
de las vicisitudes e infortunios
de este azaroso mundo.
Llegar a ser aquello que podemos
por nuestras potencialidades
hace feliz a quien lo logra
y a
quienes le rodean.
Los días de esta vida, más
preciosos
que el oro y los diamantes,
fluyen veloces cual cascada
de gotas de agua o notas musicales
hacia ese Océano más grande
donde todas las voces tienen alma.
El tiempo es nuestra herencia,
que con facilidad dilapidamos,
y encierra en su interior
todas las maravillas que este mundo
es muy capaz de darnos.
Mas si lo que perdura contemplamos,
la construcción del alma buscaremos
y cuanto nos eleva hacia lo bueno,
lo bello y verdadero,
la dignidad humana.