Ay, si
pudiéramos mirar
más
allá de la tierra y sus montañas,
los
ríos y sus valles, el mar y su oleaje.
Vivimos
confinados en un oscuro mundo
de
pequeñas miserias y de afanes,
de
tristezas y pobres alegrías.
Hay en
el corazón
un
ansia de soltar amarras,
mas el
deber conserva lo que es justo
y
nuestros pies refrena.
Somos
pequeños seres nómadas
que han
aprendido el hábito de estar
en un
lugar y en una casa.
Hemos
creado un mundo
de
grávidas palabras y de afectos,
creencias
ancestrales y recuerdos.
Un
terremoto solamente
podría
echar abajo sus pilares,
aunque
los mundos también caen.
Esta
existencia nuestra,
tan
apegada a sus rutinas,
sueña
tranquilamente que es eterna.
Pero
los hombres mueren aun más rápido
de lo
que tardan en nacer.
Si más
allá pudiéramos mirar,
y en un
instante contemplar
la
superior belleza
que
envuelve todo lo creado,
la
tierra misma mostraría
una
distinta consistencia,
y se
vería al fin
como
escabel del cielo,
espíritu
encarnado
y
refulgente espejo.
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