Su voz está sonando como un címbalo
en los negros caminos de la noche.
Una torre dormida permanece
en la orilla del río soñoliento.
El águila voló sobre las cumbres
y el rostro vuelve hacia lo lejos.
Diotima ha muerto y el invierno
finalmente ha llegado.
Las aguas bajo el río congelado
siguen manando desde la montaña,
mas su felicidad primera
pervive únicamente en el recuerdo.
Arriba en el etéreo firmamento
la majestad divina refulge como el
oro.
En la pobreza de su soledad,
nevado el corazón está como el
cabello
y su campana azul casi no suena.
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