Las
llamas del averno
y la
mortal laguna
no
apagarán sus voces.
Alegres
y confiados
entonan
sus canciones.
Como
una hueste en marcha,
con
relucientes armas
brillantes
y amistosas
revelan
sus miradas.
¿Quiénes
así sin miedo
imperturbables
van
hacia
la noble meta?
¿De
dónde su entusiasmo viene,
que a
todo sobreponen
resueltos
y seguros?
¿No
está el futuro escrito
y tiene
la esperanza
una
posible senda?
¡Aún
más! Es la promesa cierta
de
quienes contemplaron
la
Gloria manifiesta.
Su
aliento les levanta
sobre
la corrupción del mundo
y su
fatal miseria.
¿Recordarán
un día las naciones
el
tenebroso tiempo en que lucharon
por un
palmo de tierra?
La
sepultura es todo
lo que
en el polvo hemos de ver
en la
existencia venidera,
pero
este mundo puede ser
el
escabel del cielo
y una
brillante estrella.
La luz
sobre su espejo
disipa
las tinieblas
y aleja
todo miedo.
¿Veremos
esa nueva tierra
o como
el gran Moisés iremos
sólo
hasta su frontera?
Los
hombres y mujeres con el fuego
de un
amor depurado
habitarán
la tierra.
Los
mansos y los pobres
serán
al fin los dueños
de la
mejor riqueza,
la que
del corazón
como
una fuente mana
libre y
auténtica.
Sobre
las altas ramas
cual
pájaros que cantan,
contemplan
ellos las estrellas.
Tal como Orfeo conmovió a las fieras
y descendió al infierno,
entonan
sus canciones.
Al
lodazal del mundo van en busca
de
aquellas almas puras
que
elevarán la tierra
a su
mayor belleza,
la de
una humanidad
completa
y verdadera.
Un mundo que confía en su artificio,
que está privado de sabiduría,
no encontrará el camino.
Ay, errantes criaturas,
que con lágrimas pagan sus errores,
¿escucharán un día?
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