Empiezan a subir las aguas,
anegando la tierra
firme y estable donde habitas.
Sobre los corazones ateridos
llueve y crepitan las hogueras
lejanas como bosques de cipreses.
El ave en la espesura busca
una escondida presa
y la hondonada es una noche
sin luces y callada
como un cirio apagado,
como un rostro dormido.
Cae el viento del norte
sobre las jardineras y sus flores
marchitas.
Tus manos se desprenden
de sus pocos tesoros.
Tu vida sólo sirve para salvar la de
otros.
Caballos panza arriba se marchan con
las aguas
y un pájaro sin alas desanda su
camino
hacia el nido vacío.
Llueve en el mar con la amargura
estéril
de un verano sin frutos.
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