Te recuerdo en la noche,
consumiendo sus horas con fervor.
Eras como el navío que se lanza
con desplegadas velas,
que nada podrá nunca sujetar.
Querías conocer las altas cumbres,
donde nieves perpetuas permanecen.
Voy a decirte “aguarda”, pero es
tarde,
porque el otoño ya dejó sus hojas
sobre el camino que aún ayer veías
abierto y expedito,
como la aurora al comenzar el día.
Eras la ráfaga que sopla
al despuntar el alba.
Ya nada te traerá de nuevo
el impulso vivísimo que enciende
la brillante mirada y las jóvenes
mejillas.
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