Los hombres yerran
por infinitos páramos,
donde la sangre vierten y sus
lágrimas
apenas pueden refrescar la tierra.
La luna en su menguante cerco
su resplandor apenas nos entrega.
¿Estamos olvidados de los cielos,
que su maravillosa luz esconden?
Los hombres lloran en la noche.
¿Es éste su destino, el de acabar
sus días
caídos sobre el polvo y esparcidas
sus cenizas en un raro desorden?
Pues el recuerdo también muere
y pierde nuestros nombres
y nuestra imagen descompone.
Un plazo limitado se concede
al que persigue una mayor fortuna.
La más brillante torre se derrumba
bajo el inexorable viento.
Con arrebato llega el tiempo
de las palabras últimas.
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