Errante fuiste entre las sombras
y ausente y silencioso caminabas
por cien senderos sin destino
–era tu corazón tu laberinto–.
Los reflejos del cielo sobre el agua
con devoción estéril perseguías
y en los atardeceres rebuscabas
en las buhardillas de tu fantasía.
(A la muerte en tu pecho cobijabas
y a la doliente vida.)
La luna como el sol te visitaban
en los rincones de tu soledad,
pero a los ojos vueltos a sí mismos
su clara lumbre no podían dar.
Mas del infatigable largo cauce
por el que van las aguas de su río
el tiempo sabe construir un lecho
así para los muertos,
como para los vivos.
El rayo que engendró todas las cosas
al más oscuro e infernal lugar
veloz y repentino alcanza
y con fulgor lo vuelve a levantar.
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