Con el mar se mezcló tu sangre
y hasta mí vino el llanto de los
peces
que probaron tu carne.
Ya nadie te recuerda.
Fuiste cerrando puertas y ventanas
y tu pequeña luz se fue apagando.
Sin una despedida, bajaste los
peldaños
que llevan a la roca de la luna.
Nunca te oí decirlo, pero sin duda
creo
que te sentías libre,
como la nube a la que lleva el
viento.
Echo de menos nuestras pláticas
y tu indulgencia, acaso tu desdén
por los desasosiegos cotidianos.
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